La cuarentena abre distintos escenarios posibles para las parejas, sobre todo para las que conviven.
Así como exparejas decidieron unirse bajo el mismo techo para priorizar el cuidado de los hijos muchas otras, quizás afectadas por esta pandemia, terminaron sus relaciones.
Si bien para algunas el confinamiento ha sido la alternativa para mejorar la relación, disponiendo de más tiempo para la comunicación verbal, afectiva, sexual, etc., para otras, el aislamiento puede precipitar la crisis de base, seguramente ya anunciada, negada, o desplazada por responsabilidades personales.
En condiciones normales, los vínculos tienen vías de escape para las tensiones: trabajo, sociabilidad, recreación, desarrollo de proyectos personales, etc.
En este contexto, las crisis se sobrellevan tratando de afrontarlas, ya sea con ayuda terapéutica o con los recursos que cuenten las parejas: más comunicación, moderación de las reacciones, intentos de reactivación erótica, y, además, la ayuda de círculos cercanos (familiares o amistades) que sirven de escucha y contención.
Si bien la primera etapa de la cuarentena despertó en muchos la ilusión de disponer del tiempo y la compañía para solucionar las diferencias, la prolongación de la misma acrecentó la incapacidad para dar soluciones efectivas a los conflictos, con la consiguiente vivencia de fracaso.
Si antes de la cuarentena ninguno de los dos se animaba a cortar, por miedo, por la ilusión de un cambio, o por cuestiones económicas, el confinamiento pone un límite concreto: “así no se puede seguir”.
Y no sólo en la convivencia forzada, ya que también les pasa a parejas que viven separadas. Es una noción de realidad que no da lugar a medias tintas o a gestar esperanzas nuevas. La realidad concreta, cruda del contexto, induce a tomar decisiones que se venían pensando, pero no encontraban el momento justo.
El amor no es suficiente
Existen muchas parejas que se aman, pero les cuesta ponerse de acuerdo en otras áreas. Sienten que el amor los une, pero tienen problemas para crear otros lazos de conexión, por ejemplo, espacios y tiempos individuales, proyectos personales y de pareja, trato con las familias y amistades, manejo del dinero, suspicacias, celos, diferencias a la hora del encuentro erótico, etc.
La sobreadaptación, o la costumbre, hace que esta situación se prolongue en el tiempo, con la esperanza de cambio, de que el amor por sí solo revierta las diferencias. El confinamiento arrasó con esos mecanismos de compensación vincular poniendo en evidencia la fragilidad del vínculo. Más ensimismamiento para reflexionar, menos tolerancia, y vida de entrecasa con escasos atractivos. No se extraña al otro, por el contrario, se desea que se aleje. Si a esto le sumamos el incremento del estrés, de la ansiedad y los miedos, todo este conjunto para nada colabora en la reconciliación.
Monotonía y desencanto
¿Es amor o es la costumbre de estar juntos? Es la pregunta que muchos consultantes se hacen a la hora de encarar una terapia vincular. A veces el amor está en el subsuelo, cubierto por capas de rutina, de exigencias externas, de proyectos por cumplir, de responsabilidades para uno mismo y para los demás, del dinero que no alcanza, etc.
Todo este sistema de interacción no da lugar para la intimidad, para refrescar el vínculo amoroso. Poca comunicación verbal y corporal, escaso sexo sin muchas variantes; en síntesis, monotonía y desencanto. Muchas parejas se exigen recuperar el amor como si fuera un acto de magia, cuando en realidad es un proceso gradual que puede no dar los resultados esperables. No existe cambio sin responsabilidad individual y vincular para realizarlos, y no todos están dispuestos a modificar conductas para sanar la relación.
Además, se suma la creencia de que siempre hay uno que tiene más responsabilidades que el otro en la aparición del conflicto, lo que aumenta la desigualdad entre las partes. Si la fantasía de sanación rápida del vínculo ya aparecía antes de la cuarentena, en este momento se muestra impotente y decepcionada. La realidad del afuera se impone y determina la realidad interna en cada vínculo, en cada hogar, y pone a prueba las capacidades adaptativas, habilidades y recursos para sortear la situación. Solo que, si esas habilidades y recursos para sostener la relación vienen siendo usados desde hace tiempo sin resultados alentadores, es posible que en este momento digan basta y se entreguen a lo imposible: “Así no se puede seguir, me separo”.
Por Walter Ghedin, psiquiatra y sexólogo.