El amor romántico es el resultado de emociones fuertes y placenteras, del apego, de pensamientos e imágenes que completan el imaginario vincular.
La sociedad y la cultura modelan la relación de pareja, de tal forma que siempre existirá un contexto mayor que impone normas (“esto se puede, esto no se puede”). Pero, más allá de las pautas que se internalizan, los vínculos amorosos son uniones de dos personas (por lo menos en estos lares de Occidente), cada uno con su historia, sus deseos, sus expectativas y, por qué no, su capacidad para sostener (o transgredir) una de las reglas principales del amor romántico: la fidelidad.
La ciencia se ufana en haber encontrado en los genes algunos indicios de la conducta infiel. Sin embargo, los resultados no la explican, aunque dan algunas pistas para entender la intención del “tramposo”.
Si ponemos en una balanza los múltiples factores que afectan al vínculo amoroso (pérdida de intensidad sexual, rutina, falta de intimidad por la presencia de los hijos, etc.), serán más influyentes que cualquier determinante genético. No obstante, si se combinan estos condicionantes interpersonales con los biológicos la fuerza para la infidelidad tendrá más vigor.
Los típicos argumentos de la infidelidad
Existen argumentos que se repiten en la mayoría de los infieles: “con mi pareja no tenemos el sexo de antes”, “me siento desplazado, los chicos acaparan toda su atención”, “ya no se arregla, perdió el atractivo”, “en la cama siempre hace lo mismo”, “nunca mi marido me hizo sentir una verdadera mujer”, “con él no se puede hablar”, “decirle que la mayoría de los orgasmos son fingidos sería herirlo de muerte”, etc.
Todas estas frases apuntan a la pareja como causal. Aunque muchas veces son meras excusas para justificar el acto desleal, no hay que quitarles importancia. Es cierto que “algo sucede en la pareja”, simplemente porque la convivencia la fustiga permanentemente con las miserias de la cotidianidad y suma la imposibilidad para encontrar salidas positivas.
Las parejas suelen sucumbir frente a la rutina y se resignan hasta que el tiempo, el efecto mágico de un viaje o la psicoterapia de pareja brinde alguna alguna esperanza. En este contexto aparece la figura del amante: como fantasía, como deseo, como realidad.
Personalidades “buscadoras de placer”
Se sabe que más del 90 % de los hombres y el 80 % de las mujeres tienen fantasías sexuales con personas que no son su pareja. La infidelidad es una conducta de autocontrol mediada por pautas sociales, culturales y morales, más que por factores biológicos. No obstante, estudios realizados en la Universidad de Indiana y otras investigaciones publicadas en 2011 en Archives of Sexual Behavior acuerdan y concluyen que las personalidades inquietas, ansiosas y buscadoras de novedades (novelty seeking) son más propensas a las conductas infieles cuando se sienten insatisfechos en su vida marital.
Es posible que estos sujetos (hombres y mujeres) esperen mucho más de la relación de lo que ésta puede brindarle, o bien sienten que la vibración que ellos le imprimen no encuentra eco en el otro.
De estos resultados podemos deducir que hombres y mujeres con niveles altos de excitabilidad requieren que sus parejas estén a su altura en la búsqueda de variantes para mantener la intensidad del vínculo. No me refiero solo a “refrescar” con nuevas acciones la relación sexual, hablo de todo aquello que impida que se instale la monotonía.
Estas personalidades curiosas piden a sus parejas que respeten aquellas actividades personales: deportes, reuniones con amigos, inquietudes artísticas o académicas. Y no son excusas para “hacer la suya”, son objetivos vitales para saciar su intranquilidad de base. Si sus parejas aceptan su modo inquieto y toleran sus excentricidades, también se espera que ellos sean comprensivos y aporten ayuda y armonía al vínculo.
No sería justo que por mantener la relación y evitar la infidelidad, una de las partes de la relación (generalmente la mujer) se haga cargo de responsabilidades que desde el vamos deben ser compartidas.
Por el doctor Walter Ghedin, psiquiatra y sexólogo.