Vivimos en una sociedad que ensalza la juventud y la belleza. Lo joven es bello, fulgurante, esperanzador, como si juventud y felicidad fueran siempre de la mano.
Por eso no es de extrañar que la televisión y demás medios de comunicación estén copados por imágenes de personas jóvenes: la juventud es deseable y vende. ¿Y qué hay de las personas no tan jóvenes? Las mujeres que rondan los cincuenta años se tornan casi invisibles a la escena pública, a pesar de estar muy vivas y encontrarse muchas de ellas en su mejor momento. En realidad, la mujer que llega a su madurez sufre cambios importantes en su manera de entender la vida y el mundo, cambios que la llenan de vitalidad y que le generan la necesidad de seguir aportando mucho a la sociedad, esta vez desde un rol diferente.
Las mujeres, como ya he comentado en otras ocasiones, nos pasamos la vida cuidando a los demás. Llevamos el afán de cuidadoen las hormonas, y la educación que recibimos se encarga de hacer el resto. O, por lo menos, eso es lo que ocurre hasta llegada cierta edad. Porque unos años antes de que la menopausia haga su aparición, las cosas empiezan a cambiar, tanto para la mujer como para su entorno. Se trata, de inicio, de un cambio en la química del cerebro, que empieza a tener menos sensibilidad al estrógeno. Y se traduce en toda una retahíla de posibles síntomas, que van desde los accesos de calor hasta un descenso en el impulso sexual, pasando por dolores en las articulaciones, y, sobre todo, por importantes alteraciones del humor. La irritabilidad, las explosiones emocionales y los cambios bruscos en el nivel de energía están a la orden del día, y antes de que la mujer se dé cuenta siquiera de lo que le está ocurriendo, su entorno más cercano puede estar ya notando conductas poco habituales.
Si no puedes cambiar la dirección del viento, entonces ajusta tus velas”, H. Jackson Brown Jr.
El cerebro de la mujer madura está cambiando: los ovarios están dejando de producir las hormonas que impulsaban sus circuitos de comunicación y de emoción, su afán de proveer y cuidar. Y estos cambios puramente químicos, además de síntomas externos, acaban provocando un cambio en su punto de vista, en su realidad, y, por extensión, en su actitud. La mujer que ha llegado a la menopausia lo ve todo distinto: su anhelo básico es desligarse de todo y de todos, desea empezar de nuevo, sacar más partido a su vida. Se preocupa mucho menos de complacer a los demás, y ahora prefiere, por primera vez, complacerse a ella misma. Está dispuesta a asumir riesgos, y se ve con la fuerza y la capacidad para empezar a caminar en dirección a sus propios sueños.
Todo esto, como no podría ser de otra manera, tiene consecuencias en su entorno más cercano. Si la mujer hace tiempo que vive enpareja, las normas entre ellos cambian, aunque, muchas veces, el otro ni siquiera sea informado al respecto. Es muy probable que, tras años de acomodarte a la vida de tu compañero, de morderte la lengua para evitar conflictos a toda costa, de ser una mujer tierna y tolerante, ahora desaparezcan los filtros, y dejes fluir libremente tu ira. Puede incluso que taches al otro de egoísta e insensible, pero no te engañes, tú no eres una víctima: siempre has podido elegir voluntariamente tu actitud respecto a tu pareja y tu rol en la relación, así como marcharte o no. Cuando las hormonas oscilan y coartan nuestra realidad, es importante examinar los impulsos y asegurarse de que son auténticos y no inducidos por las hormonas. Puede ser que tu pareja sea la causa de todas tus desgracias, pero también puede ser que no. Sé muy honesta contigo misma; y, si llegas a la conclusión de que el otro vale la pena, quizás lo único que necesitáis es hablar con tranquilidad, sin acusaciones, y acordar mutuamente unas nuevas normas para seguir recorriendo vuestro camino juntos.
La madurez es aquella edad en que uno ya no se deja engañar por sí mismo”, Ralph Waldo Emerson
Tampoco los hijos salen indemnes del tsunami emocional. El cerebro de la mujer produce menos oxitocina, que es la hormona de la conexión y el cuidado. El contacto físico estimula la producción de esta hormona, con lo cual los cambios son aún más evidentes cuando los hijos ya se han marchado de casa. La mujer está menos inclinada a mostrarse tan atenta con sus necesidades personales. Aunque sigue gozando de su compañía y desea seguir formando parte de sus vidas, ahora entiende que son mayores y que deben empezar a cuidarse solos. Sus antiguos circuitos maternales pierden fuerza, y ya no necesita hacer un seguimiento tan exhaustivo de su prole. Aunque algunas mujeres pueden sentirse tristes o desorientadas cuando sus hijos abandonan el hogar, con el tiempo la mujer que ha puesto en marcha a todos sus hijos se siente libre para dedicarse a nuevas tareas, para centrarse en otros pensamientos y otras ideas.
Porque la mujer madura desea y necesita seguir sintiéndose útil, y sabe que puede serlo. Cuando llegan los nietos, por lo general, tiene una gran oportunidad de ayudar; y, si lo hace voluntariamente, seguramente le aportará nuevas alegrías, además de la ocasión de reencontrarse emocionalmente con sus hijos. Pero, aunque el papel de abuela sea de suma importancia, la mujer madura va mucho más allá. Para ella es primordial desempeñar un trabajo que resulte útil a los demás. La menopausia suele ser una época intelectualmente vigorosa, y la contribución del trabajo a la personalidad, la identidad y la realización de una mujer es clave. El trabajo y los logros personales pueden ser trascendentales para que sienta bienestar durante esta transición de la vida.
Nunca como hoy fui tan consciente de mi existencia, nunca me sentí tan protagonista de mi vida, y nunca disfruté tanto de cada momento como ahora, que soy una mujer madura”, Alva Vargas de Contreras
En la madurez, pues, la vida femenina apenas está llegando a su cima. Después de la menopausia queda mucho por vivir. Lasrelaciones amorosas, bien entendidas y cuidadas, pueden volver a florecer serenas tras años de amor y confianza. El vínculo indestructible con los hijos se torna menos dependiente y más maduro. La mujer se siente más libre, más segura, tiene más control sobre su propia vida. Y se le presenta la gran oportunidad de volver a vivir en plenitud, pero esta vez provista de más y mejores recursos. ¿Puede haber algo más bello que eso?
Y tú, ¿sientes que eres “invisible” para el mundo, ahora que has llegado a la madurez? ¿Ha empeorado la relación con tu pareja y no sabes por qué ni qué hacer? ¿Eres consciente de la ventaja de tener la energía de la juventud y la experiencia de la madurez?
Un abrazo bien fuerte,
Maika