Como una maldición, ahí llegan de nuevo los síntomas que tan bien conoces: el rubor en tus mejillas, el sudor en tus manos, el temblor en tus piernas, el pellizco en tu estómago o el caballo desbocado en tu corazón.
Y, por supuesto, esa terrible sensación de ridículo extremo e insoportable vergüenza que sientes cada vez que te muestras en público. Así es la vida cotidiana de la mujer que vive bajo el yugo de la timidez. Esa incapacidad para fluir emocionalmente ante ciertas personas y situaciones la limita, ese miedo que la predispone constantemente a la huida convierte sus relaciones sociales en un desafío diario. El temor a la desaprobación de los demás arruina literalmente su existencia, puesto que no le permite mostrarse ante el mundo de manera auténtica ni luchar por aquello en lo que cree. No le permite siquiera hacerse oír. La timidez duele y aprisiona cruelmente a esa mujer segura de sí misma y competente que se oculta en el interior de cada una de nosotras.
La timidez es, ante todo, una cuestión de exigencia. La mujer que la padece es extremadamente severa con ella misma, y suele considerar que la sociedad le exige absoluta perfección. Perfección en sus ideas, en sus palabras, en sus actos, en su personalidad, en su aspecto físico. Debe ser perfecta y hacerlo todo perfecto, puesto que de lo contrario se está ganando el rechazo social. Y, aun en el caso de que pudiéramos definir con exactitud y llegar un acuerdo global sobre qué o quién es perfecto, cosa altamente improbable, conviene recalcar que esa demanda de perfección sólo la aplica a ella misma. El resto del mundo, aunque no sea perfecto, sí que tiene derecho a existir y a ser apreciado. Así pues, la timidez resulta, entre otros, de aplicar un doble rasero a la hora de juzgar la aptitud de las personas. Es la ley del embudo a la inversa, basada en creencias absolutamente irracionales.
Fracasamos más por tímidos que por osados”, David Grayson
Además, la timidez es un juego de adivinanzas: adivinar lo que los demás piensan sobre mí. La mujer que sufre de timidez se cree toda una experta en la interpretación del lenguaje no verbal ajeno, y se ve capaz de descubrir la desaprobación de los demás en cualquier mirada, en cualquier gesto, en cualquier cuchicheo. Lo cierto es que no hay manera de adivinar qué opina sobre nosotros un desconocido, si es que forzosamente debe tener una opinión al respecto. Cualquier interpretación que hagamos será simplemente eso, una deducción subjetiva, nunca una verdad. Una vez más, vestimos de racionalidad nuestra emoción y confundimos nuestra opinión con la realidad.
Y, por último, la timidez tiene también un punto de egocentrismo. La mujer dominada por la timidez vive aterrorizada por la idea de llegar a ser el centro de atención aunque sea como objeto de burla, imbuida por lo que la experta en comunicación Judi James denomina “el síndrome de Alicia en el país de las Maravillas”: la sensación de que, como Alicia tras crecer desmesuradamente después de haber bebido de un frasco en el que ponía “Bébeme”, llenas toda la sala, todos se fijan en ti, te miran y hacen comentarios. Y la pregunta es: ¿estás segura de que todo el mundo se fija en ti? Como seres humanos, nos debemos dar la justa importancia y aceptar que los demás reparan en nosotros menos de lo que pensamos, básicamente porque ya tienen bastante con sus cosas. Y, si a veces la gente te mira, será más bien porque, en un intento de pasar desapercibida y no llamar la atención, acabas por tener una conducta tan extraña que resulta imposible no fijarse en ti. La profecía autocumplida.
No seas demasiado tímido y aprensivo por tus acciones. La vida es una experiencia”, Ralph Waldo Emerson
Así pues, no cabe duda de que la timidez provoca un enorme sufrimiento. Pero tu historia no tiene por qué acabar así. A continuación te paso 5 claves para que puedas superarla y empezar a sentirte a gusto en tu propia piel:
- Recuerda que la timidez no es obligatoria: es opcional y tú decides si la utilizas como una excusa para desistir de esforzarte o no
- Descubre qué situaciones te angustian más: reflexiona sobre cuáles son tus pensamientos en esos momentos y aprende a rebatirlos
- Toma un compromiso contigo misma: participar en las reuniones y hablar te supondrá un esfuerzo que requerirá toda tu voluntad
- Enfócate en el otro: cuando hables con alguien, céntrate en escucharlo y no en analizarte tú, tu nivel de ansiedad disminuirá
- Acepta el rechazo como parte natural de la vida: es normal que no gustes a todo el mundo, igual que a ti no te gusta todo el mundo
En resumen, y como decía ya al principio, la timidez es dolorosa e incómoda. Yo la sufrí y doy fe de ello. Y estoy segura de que las mujeres que aún la sufren darían lo que fuera por olvidarse para siempre de ella. Porque bajo el peso de la timidez olvidamos los valiosos recursos que la naturaleza nos ha dado, nos negamos a asumir riesgos y tememos más al rechazo que a la perspectiva de una insulsa existencia sin ninguna emoción. Y así, de miedo en miedo, nos vamos perdiendo la vida y todo lo que de bueno nos puede aportar. Cuando aprendí a gestionar mi timidez, empecé a considerar más mis propios deseos y menos la opinión ajena, y te puedo asegurar que mi vida es mucho más ligera y más brillante desde entonces. Atrévete a deshacerte de las cadenas de tu timidez, sólo te arrepentirás de no haberlo hecho antes.
Y tú, ¿te sientes cohibida en presencia de desconocidos? ¿Dejas de hacer o decir cosas por la vergüenza a la opinión ajena? ¿Eres consciente de que la timidez es opcional y no obligatoria?
Un abrazo bien fuerte,