El ser humano es vulnerable por naturaleza. Nuestro frágil cuerpo de carne y huesos puede ser herido con facilidad, y nuestra alma sutil languidece pronta ante ciertos embates de la vida.Y, aunque tradicionalmente la fragilidad se ha venido tolerando mucho más fácilmente en las mujeres que en los hombres, lo cierto es que, ante la vulnerabilidad, mujeres y hombres somos iguales. La realidad es que nos caemos y rompemos por igual. Sin embargo, es la nuestra una sociedad de supuestos titanes, un mundo de fuertes en el que la fragilidad no tiene cabida. Porque entendemos que la persona vulnerable es débil, y la debilidad está prohibida. Por eso nos dejamos la piel en el asfalto cada día, fingiendo en público que nada nos afecta, y llorando en privado nuestras penas, nuestros miedos y nuestra flaqueza.
Y es que las mujeres no nos podemos permitir el llanto. Ni la sensibilidad. Ni las disculpas. Ni siquiera la gratitud. Queda terminante prohibida cualquier manifestación de debilidad, hay que sobrellevarlo todo sin rechistar. El resultado es cuando menos preocupante: cada día me encuentro con mujeres que están agotadas de tanto hacerse las fuertes evitando pedir cualquier ayuda, extenuadas de vestir una coraza que las aleja de cualquier emoción, ya sea negativa o positiva, y con el alma hecha jirones de tantas lágrimas que no se permiten derramar por miedo a parecer quejicas o endebles. O por miedo a que, una vez que empiecen a rodar por sus mejillas, no acaben nunca. Mujeres cansadas de preguntarse cada día si son lo suficientemente buenas como personas, como esposas, como madres, como hijas o como trabajadoras, perdidas en la búsqueda de ese santo grial que es la perfección. Rendidas de luchar por mantener su propia dignidad.
La más peligrosa de todas las debilidades es el temor a parecer débil”, Jacques Benigne Bossuet
¿Dónde está la clave de todo este asunto? Probablemente, en la dificultad que tenemos para aceptar aquellas características nuestras que nos avergüenzan, como por ejemplo la debilidad. Desde el momento en que rechazamos alguna de las piezas que nos componen, somos incapaces de aceptarnos en nuestra totalidad como mujeres y como personas. Y la falta de aceptación de una misma se convierte en una penosa travesía por el desierto de la baja autoestima. El camino de la esperanza pasa por aceptarnos sin condición, abrazando todo aquello que somos, incluida la vulnerabilidad que suponen los miedos, las carencias o la vergüenza. La aceptación de nuestra fragilidad no implica que la alimentemos; significa simplemente que existe, que somos conscientes de ella y que la aceptamos, experimentándola sin negación o evitación. Para vivir en paz necesitamos aceptar que lo que es, es, y debemos estar dispuestas a vivir tranquilas en presencia de lo que sabemos que es verdadero en nosotras.
Y de la aceptación de la vulnerabilidad surge, irónicamente, la fortaleza. Una vez que eres capaz de renunciar a la mujer que crees que debes ser y te atreves a ser la mujer que realmente eres, cuando sientes que no tienes nada que ocultar y nada de qué avergonzarte, cuando te sientes libre de mostrar al mundo tus luces y tus sombras, dejas de sentirte débil y empiezas a sentirte llena de fuerza y poder. Eres humana, eres vulnerable, te puedes caer e incluso romper, pero sabes positivamente que también vas a ser capaz de levantarte y aprender. Y esta humildad te vincula de una forma asombrosamente honesta con los demás, que comprenden y valoran tu propia vulnerabilidad porque ellos también son vulnerables.
El verdadero desafío pasa por aprender a querernos como somos: a veces grandes y exitosos; otras, pequeños y frágiles. Personas reales, que no perfectas, con defectos e inseguridades; pero al mismo tiempo, únicos”, Pilar Jericó
Se trata, pues, de rasgar nuestras pesadas corazas y aceptar lo que somos, porque ser frágil es, simplemente, estar viva. Y lo que te hace vulnerable también te hace bella.
Y tú, ¿tienes miedo a mostrarte tal y como eres? ¿Te avergüenza sentirte débil? ¿Sabes que eres digna de amor y respeto tal y como eres?
Un abrazo bien fuerte,
Maika