Las mujeres somos prisioneras de las apariencias. ¿Sabías que una de cada dos mujeres hace dieta durante casi toda su vida? Hace ya tiempo que “compramos” un ideal de belleza absolutamente inalcanzable, hace ya tiempo que vivimos obsesionadas por la vana esperanza de lograr la eterna juventud, sin darnos cuenta de que nuestros complejos posibilitan un gran negocio para sectores como la cosmética y la moda. Y lo peor es que consideramos todo esto como “normalidad”.
¿Te has preguntado alguna vez cómo has llegado a este punto? Como te puedes imaginar, las cosas ya vienen de lejos. Para empezar, el entorno más inmediato influye de manera importante: tradicionalmente, los padres y madres han tendido más a alentar a sus hijos varones a defender sus intereses y afirmar su personalidad, y a sus hijas a ser dóciles y coquetas. Para nuestro regocijo, actualmente las cosas están cambiando; pero lo que vivimos en la infancia nos puede seguir influyendo, aunque inconscientemente, siendo ya adultas.
Es difícil juzgar la belleza: la belleza es un enigma”, Fiodor Dostoievski
Cuando la adolescencia llama a la puerta, con toda su carga de inseguridad, las cosas empeoran. Porque las mujeres sufrimos una terrible presión respecto a nuestra imagen: somos constantemente bombardeadas, desde todos los medios, por imágenes del supuesto modelo femenino perfecto. Gracias a la publicidad culpabilizante, la celulitis, las canas y las arrugas se convierten en fracasos personales. Y la delgadez y la eterna juventud, en pura obsesión. Por cierto, que dicha obsesión explica el importante aumento de trastornos alimenticios detectado en las sociedades occidentales durante los últimos años.
Es decir, que las mujeres consideramos que nuestro cuerpo no es aceptable, porque creemos que está a años luz de lo que “debería” ser. Y, como deseamos que el mundo lo acepte, lo sometemos a todo tipo de “torturas”, con tal de acercarlo a ese ideal que tenemos en mente. He aquí una gran incoherencia: la mujer no acepta su cuerpo, pero necesita que los demás lo acepten. ¿Cómo exigir a los demás algo que tú misma no te permites? ¿Cómo encontrar fuera algo que debiera comenzar en tu interior?
Me tomó mucho tiempo dejar de juzgarme a mí misma a través de ojos ajenos”, Sally Field
Aceptar tu cuerpo no significa necesariamente apreciarlo o disfrutarlo, sino que significa experimentarlo sin negación o evitación, respetando la realidad: la cara y el cuerpo que ves en el espejo son tu cara y tu cuerpo, y son los que son. Y esto no es en absoluto una invitación a la resignación: la paradoja es que la aceptación de lo que es, es la condición previa del cambio. Cuando lo niego, cuando no quiero ni verlo, es cuando me quedo enganchada a ello. ¿Y qué ocurre con aquellas cosas que, aun queriendo, no podemos cambiar? Pues ocurre que, cuando las aceptamos tal cual son, nos volvemos más fuertes y centradas; cuando las maldecimos y protestamos, estamos perdiendo poder sobre nosotras mismas.
¿Y cómo llegar a aceptar tu propio cuerpo? Si estás dispuesta, yo te propongo un sencillo ejercicio que te va a ser muy útil: desnuda, ponte frente a un espejo de gran tamaño, y mira atentamente tu cara y tu cuerpo. Algunas partes te gustarán más que otras, y probablemente te resultará difícil mirar durante mucho rato esas partes que menos te gustan; el impulso entonces es el rechazo, la negación. Pero te pido que permanezcas atenta a tu imagen unos instantes más, y que te digas a ti misma: “Sean cuales sean mis defectos o imperfecciones, me acepto sin reservas y completamente”. Estate atenta, respira profundamente, y repítete esas palabras una y otra vez durante dos minutos, sin prisas. Permítete experimentar plenamente el significado de tus palabras. Recuerda que “aceptar” no significa necesariamente “gustar”. Si persistes, si te entregas a la realidad de lo que existe, es probable que empieces a relajarte un poco, y te empieces a sentir más cómoda contigo misma. Aun cuando puede no gustarte o disfrutar de todo lo que ves en el espejo, eres capaz de decir: “En este momento, ésa soy yo. Y no niego ese hecho. Lo acepto”. Conviene que dediques dos minutos a este ejercicio cada mañana y otros dos cada noche durante dos semanas; si perseveras, el resultado te va a sorprender: no sólo establecerás una relación más armoniosa contigo misma, y te respetarás más, sino que, si tienes algún aspecto que no te gusta y puedes cambiar, probablemente estará más motivada a llevar a cabo ese cambio. Nada hace tanto por la autoestima de una persona que cobrar consciencia y aceptar las partes rechazadas de sí misma.
El respeto comienza con uno mismo”, Nathaniel Branden
¿Qué va a ocurrir cuando aceptes tu cuerpo de manera incondicional? Te vas a sentir digna y mucho más fuerte, porque, por fin, vas a ser aliada de la realidad. Habrás dado el primer paso para cambiar lo que sí puedes cambiar, y dejarás de perder tu poder personal maldiciendo lo que no puedes cambiar. Tu cuerpo va a dejar de ser una “cosa” útil que tú o los demás usan, y lo vas a hacer realmente tuyo. Y, cuando llegues a mirarlo con otros ojos, puede que incluso lo encuentres hermoso, y te sientas libre para disfrutar plenamente de él y para compartirlo con quien tú elijas.
Y tú, ¿aceptas tu cuerpo? ¿Te cuesta mirarte en el espejo? ¿Has pensado que tú eres mucho más que un cuerpo, y que tienes derecho a existir tal y como eres?
Un fuerte abrazo,
Maika