En México el valor del trabajo doméstico no remunerado representa casi 25 por ciento del producto interno bruto (PIB). El 80 por ciento de esta actividad es realizada por mujeres, y si fuera remunerada, la economía sería mucho más activa, sostuvo Pilar Velázquez Lacoste, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM.
Esta tarea se asocia con las labores de limpieza de la casa; el lavado y planchado de la ropa; la compra y preparación de alimentos; el cuidado, crianza y educación de los niños, además de la asistencia a enfermos y adultos mayores.
Dichas actividades podrían parecer irrelevantes, pero sin ellas el mundo social, económico y político no se pondría en marcha; si no están resueltas, ningún sujeto realizaría sus labores cotidianas con disposición plena de tiempo, y los otros espacios de interacción social no funcionarían adecuadamente, dijo la universitaria.
La razón por la que estas labores no están valorizadas es histórica y cultural: por siglos a las mujeres se les ha disociado de la noción de trabajo; por el contrario, se les ha vinculado al mantenimiento del orden de la casa y de los integrantes de la familia, sin remuneración alguna, y se ha asumido que son tareas que por naturaleza les corresponde llevar a cabo.
En el imaginario social estas actividades carecen de importancia, incluso las mismas mujeres lo consideran así.
Hay una idea extendida y compartida socialmente de que no son un trabajo, de que carecen de prestigio y son realizadas por naturaleza por el género femenino; en consecuencia, no requieren de remuneración, remarcó.
Es un reto desechar este pensamiento, que se traduce en actitudes como: ‘no ayudo porque trabajo fuera de casa’ o ‘para eso está mi esposa, mi mamá o mi hija’.
“Es prioritario modificar el orden cultural que ha determinado como deber de ellas asumir estos quehaceres por amor, solidaridad o compromiso, y por ser madres, esposas, hermanas o hijas. Debemos impulsar prácticas de corresponsabilidad para que los hombres también realicen estas actividades”.
De igual manera, es necesario difundir la centralidad de estas labores y las consecuencias económicas de no remunerarlas. “Los adultos somos responsables de las conductas e ideas que transmitimos a las nuevas generaciones; si educamos en una lógica en la que todos los miembros de la familia compartan las tareas del hogar, formaremos ciudadanos que las asuman de manera equitativa”.