La violencia de género es el resultado de una sociedad que normaliza e incluso justifica la discriminación y desigualdad de género. Por mucho tiempo, se asignó a hombres y mujeres roles de género basados en su sexo, limitando a las mujeres al espacio doméstico y el cuidado de las hijas o hijos, y colocando a los hombres en los espacios públicos, asignándoles la responsabilidad absoluta de ser los proveedores del hogar.
Esta distribución desigual de labores y responsabilidades dio como resultado relaciones jerárquicas basadas en el poder y la dominación, lo que con frecuencia conduce a la violencia.
Aunado a los roles de género, un factor que incide en la violencia contra las mujeres son los estereotipos de género, es decir, todas esas ideas preconcebidas de lo que significa ser hombre y mujer, o lo que por mucho tiempo se consideró que era femenino o masculino.
Hoy sabemos que los estereotipos lastiman no solo a las mujeres, sino a los hombres y, muy especialmente, a las niñas, como lo han demostrado estudios que señalan que desde los seis años de edad, las niñas se sienten menos inteligentes que los niños.
Un estudio publicado recientemente en el Journal of Adolescent Health descubrió que muchas normas sociales de género sobre lo que se espera de las niñas y los niños, y que quedan arraigadas en la adolescencia, tienen un impacto negativo en la edad adulta. Las consecuencias de conformarse con los estereotipos incluyen depresión, matrimonio infantil y abandono de la escuela para ellas; para ellos, mayor exposición a la violencia física, mayor tendencia al abuso de sustancias y suicidio, así como menor expectativa de vida que las mujeres.
Por ello, hoy más que nunca es importante impulsar una educación sin estereotipos de género, fomentando un trato igualitario a niñas y niños desde los hogares. El mismo reto aplica a los medios de comunicación y a quienes los consumimos. Privilegiar contenidos no sexistas y libres de estereotipos que sirvan de ejemplo y modelos a seguir.