Todos los días y en todo el país, se escriben nuevas historias de igualdad y empoderamiento.
Lo vemos en la economía y el sector privado, donde contribuyen a la prosperidad y la generación de oportunidades, porque cada vez más están emprendiendo, invirtiendo e innovando. Lo vemos en el deporte, en la cultura, la academia, la ciencia y la sociedad civil, donde están destacando y poniendo muy en alto el nombre de México. Y por supuesto, lo observamos también en la política, donde son cada vez más las mujeres que están ocupando espacios en las dirigencias de sus partidos, así como en los municipios, entidades federativas y en el ámbito federal. Es resultado de muchas décadas de esfuerzo y de la lucha de muchas generaciones de mexicanas que han actuado para abrir los espacios de decisión y representación que merecen. No ha sido sencillo. Para lograrlo, han tenido que vencer obstáculos y sobreponerse a la adversidad. El contexto que enfrentan ha estado y sigue estando lleno de barreras y dificultades.
Durante los últimos años, México ha realizado una serie de transformaciones legales e institucionales para que las mujeres tengan el lugar que les corresponde en la vida del país, especialmente en la esfera de las decisiones públicas. La más reciente de ellas¬ y sin duda, la de mayor calado¬ es la que impulsó el Presidente Enrique Peña Nieto como parte de la Reforma Política de 2014, en la que se estableció el principio de paridad entre hombres y mujeres en el acceso a candidaturas a cargos de elección popular.
Fue un paso histórico. Se trató de una acción afirmativa muy necesaria para contar con un piso parejo en las condiciones de participación política, con el objetivo de que las mujeres dejaran de estar sub-representadas en los procesos democráticos. La conquista de mayores espacios de decisión para las mujeres es una tarea indispensable para dejar atrás las condiciones de desigualdad, subordinación y violencia que aún pesan sobre muchas de ellas. Primero, porque rompe con los roles tradicionales de género y envía un poderoso mensaje para aquellos que aún piensan, equivocadamente, que las mujeres no están preparadas para ejercer funciones de liderazgo o de gobierno. Y segundo, porque es mucho lo que puede hacerse desde estos espacios para diseñar e impulsar más estrategias, acciones y políticas públicas en favor del empoderamiento, y quién mejor que ellas mismas para tomar en sus manos esta labor.
Por eso es tan importante comenzar ahí, tal como ha sucedido durante las últimas dos décadas, para hacer de la esfera pública el primer frente de batalla en la construcción de acciones que contribuyan a revertir y poner fin a los rezagos que aún viven muchas mujeres. Y un paso fundamental en esa dirección es que las mujeres dejen de estar excluidas de la política. Sin embargo, es necesario reconocer la dimensión del reto. Construir una sociedad igualitaria es una tarea que exige ir mucho más allá de cuotas de género o cambios legales e institucionales.