En términos prácticos, la regla se traduce en que Megham Markle se verá obligada a seguir el ejemplo de su futura cuñada.
Cuando Catherine Middleton y el príncipe William fueron pronunciados «esposa y esposo», en 2011, ella se convirtió automáticamente en su alteza real princesa William de Gales.
Hay una gran probabilidad de que la nueva prometida real se convierta en su alteza real princesa Harry de Gales.
Así es que, al menos oficialmente, los británicos pueden ir olvidándose de la princesa Meg, así como no hay princesa Kate.
Las princesas por derecho
Tener «sangre real» permitió que la hermana menor de la reina Isabel II de Inglaterra fuese llamada princesa Margaret.
De la misma manera que la hija de la reina es la princesa Anne y que sus nietas son princesas también: Beatrice y Eugenie.
La ascendencia simplemente les dio el derecho de ser princesas.
Pero su madre, Sarah Ferguson, nunca fue princesa Sarah, y Sophie Rhys-Jones, la esposa del príncipe Edward, no es la princesa Sofía.
Las reglas también significan -para la consternación de muchos- que Lady Diana Spencer nunca fue oficialmente la princesa Diana.
Como el periodista de la BBC Nicholas Witchell explicó, cuando William y Kate se comprometieron en 2011, la familia real no ha florecido por 1.000 años sin encontrar una solución a este problema un tanto desconcertante y sin sentido sobre cómo deberían llamarse sus miembros.
Desde el punto de vista del Palacio de Buckingham, se necesitan títulos para los miembros de la familia que ocupan roles, aunque prestigiosos, periféricos en el principal negocio de la monarquía.
Entre duques y duquesas
Los primos de primer grado de la reina son, respectivamente, los duques de Gloucester y Kent, y cuando su tío abandonó el trono para casarse con una estadounidense que se había divorciado en 1936, se convirtió en el duque de Windsor.
La ascendencia es el elemento determinante para darle el título de princesa a alguien.
Esos ducados son frecuentemente otorgados a través del matrimonio, señala el periodista de la BBC, precisamente porque le están dando al nuevo integrante de la familia un título de renombre sin darles el derecho a ser príncipes o princesas.
Por eso, cuando el príncipe Andrew y Sarah Ferguson se casaron en 1986, la reina le dio el título de duque de York. Ella se convirtió en la duquesa de York, un título que continúa teniendo pese a su divorcio.
De la misma manera, cuando el príncipe Edward se casó con Sophie Rhys-Jones, se convirtió en el conde de Wessex y su esposa, en la condesa de Wessex.
Podría ser posible que la reina tome la misma decisión en los casos de Kate y Meghan, y desempolve un ducado de la familia que ha estado en desuso: Sussex (el favorito para Harry y Meghan). Los de Albany y Clarence están entre los vacantes.
La excepción a la regla
Pero como sucede con muchas cosas conectadas con el protocolo de la realeza británico, siempre hay una excepción a la norma: el esposo de la reina, Felipe, sí es príncipe.
El duque de Edimburgo (en 1950) sólo se convirtió en el príncipe Felipe cuando la reina acordó el título para él.
Cuando él se casó con la entonces princesa Isabel en 1947, el rey George VI lo hizo «duque de Edimburgo».
No fue hasta febrero de 1957 cuando se convirtió en príncipe Felipe, cuando la reina «acordó para él el estilo y el título de príncipe del Reino Unido».
La monarca podría convertir a Kate y Meghan en princesas, pero debido a la rigidez de las tradiciones que rodean la realeza británica, quizás se tome mucho tiempo.