Los días posteriores a una separación están muy influenciados por el tiempo que lleva la crisis, el grado de deterioro de la pareja y el dolor psíquico. En algunos casos la sensación de alivio, de «por fin terminó el calvario» se mezcla con la decepción; lo que algún momento fue una ilusión se transforma en «lo que no pudo ser». Toda pérdida implica acostumbrarse a la ausencia de ese otro que formó parte de nuestra vida hasta el momento de la ruptura y a un nuevo modelo de relación que compromete el ex desde otro lugar (ex pareja, padre o madre de los hijos, etc.).
Existen tiempos de tolerancia?
La decisión de separarse puede llevar mucho tiempo o precipitarse en pocos días. Según mi experiencia esta segunda opción está siendo cada vez más frecuente. Es posible que los cambios en las dinámicas del género permitan a las personas (sobre todo a las mujeres) no dejar que el conflicto avance hasta instancias más graves, sobre todo quedar presas de la dominación o de la violencia de hecho. Si antes ellas pensaban en sus hijos aguantando hasta que crecieran, hoy en día se da prioridad a la salud psíquica de los pequeños, cortando con un malestar que ya no se puede ocultar. Y está muy bien que así sea.
También los hombres están diciendo «basta» cuando sienten que se les reclama más de lo que pueden dar (o no saben cómo). Más allá del género, el motivo de muchas separaciones se debe a que las personas no quieren dejar de lado sus espacios personales (trabajo, amigos, cursos, etc.) en pos de complacer las demandas del otro. En todo caso la responsabilidad es compartida. También están los que cumplen con las normativas culturales de pareja, casamiento, hijos, etc. y se dan cuenta luego que tanta obediencia tiene un costo a nivel emocional dando paso a un sinsentido o sentimientos de vacío. El equilibrio entre los deseos personales y las exigencias sociales muchas veces es muy difuso, aunque siempre deberíamos dar prioridad a lo deseado. Además hacer lo que nos gusta no se debería contraponer con las exigencias de un vínculo. Y cada acción propia contribuiría así a reforzar la comunicación y la unión.
La culpa y la ansiedad no ayudan
La ansiedad hace presa a muchas parejas al intentar resolver en pocos días lo que llevará necesariamente un tiempo de «reacomodo» interno e interpersonal. Por supuesto que lo más complicado es lo interno aunque parezca lo contrario. Muchas veces las disputas siguen como si la pareja aún se mantuviera unida en un codependencia insana. Desacuerdos, reproches, mediaciones, demandas económicas, transgresiones de horarios estipulados para ver o estar con los hijos, suelen ser algunas de las cuestiones externas que parecen cada vez más complejas de resolver. Sin embargo, el tiempo interno para que esta nueva experiencia forme parte de nuestro mundo personal no se da de un día para el otro.
Sabernos solos, sentir la ausencia del otro, transitar la decepción amorosa, acomodar las emociones, compartir lo sucedido con los demás, hacer frente a la casa y a las preguntas de los hijos, son todas experiencias nuevas que requieren de ese tiempo interno que no condice con el deseo de que todo esto pase lo antes posible.
¿Existen tiempos de tolerancia?
La decisión de separarse puede llevar mucho tiempo o precipitarse en pocos días. Según mi experiencia esta segunda opción está siendo cada vez más frecuente. Es posible que los cambios en las dinámicas del género permitan a las personas (sobre todo a las mujeres) no dejar que el conflicto avance hasta instancias más graves, sobre todo quedar presas de la dominación o de la violencia de hecho. Si antes ellas pensaban en sus hijos aguantando hasta que crecieran, hoy en día se da prioridad a la salud psíquica de los pequeños, cortando con un malestar que ya no se puede ocultar. Y está muy bien que así sea.
También los hombres están diciendo «basta» cuando sienten que se les reclama más de lo que pueden dar (o no saben cómo). Más allá del género, el motivo de muchas separaciones se debe a que las personas no quieren dejar de lado sus espacios personales (trabajo, amigos, cursos, etc.) en pos de complacer las demandas del otro. En todo caso la responsabilidad es compartida. También están los que cumplen con las normativas culturales de pareja, casamiento, hijos, etc. y se dan cuenta luego que tanta obediencia tiene un costo a nivel emocional dando paso a un sinsentido o sentimientos de vacío. El equilibrio entre los deseos personales y las exigencias sociales muchas veces es muy difuso, aunque siempre deberíamos dar prioridad a lo deseado. Además hacer lo que nos gusta no se debería contraponer con las exigencias de un vínculo. Y cada acción propia contribuiría así a reforzar la comunicación y la unión.
La culpa y la ansiedad no ayudan
La ansiedad hace presa a muchas parejas al intentar resolver en pocos días lo que llevará necesariamente un tiempo de «reacomodo» interno e interpersonal. Por supuesto que lo más complicado es lo interno aunque parezca lo contrario. Muchas veces las disputas siguen como si la pareja aún se mantuviera unida en un codependencia insana. Desacuerdos, reproches, mediaciones, demandas económicas, transgresiones de horarios estipulados para ver o estar con los hijos, suelen ser algunas de las cuestiones externas que parecen cada vez más complejas de resolver. Sin embargo, el tiempo interno para que esta nueva experiencia forme parte de nuestro mundo personal no se da de un día para el otro.
Sabernos solos, sentir la ausencia del otro, transitar la decepción amorosa, acomodar las emociones, compartir lo sucedido con los demás, hacer frente a la casa y a las preguntas de los hijos, son todas experiencias nuevas que requieren de ese tiempo interno que no condice con el deseo de que todo esto pase lo antes posible.
Las conductas más nocivas son aquellas están mediadas por sentimientos de culpa, resentimiento y ansiedad persistente. Las primeras provocan la aparición de multiplicad de autoreproches que incrementan la angustia y desmerecen la estima. Las clásicas preguntas «¿qué hice mal?» o «yo tuve la culpa porque no lo cuidé la/o suficiente» son agujas punzantes en el corazón culposo. En cambio, el resentimiento y la ansiedad tienen una primera dirección que es el otro. Aquel que fue el amor se convierte en fuente de odio: llamados desesperados, pedidos innecesarios, búsqueda de información en las redes, querer saber por interpósitas personas, búsqueda en lugares de trabajo, «sacar información» a los hijos, manipulación a través del dinero, violencia, etc., son algunos de los comportamientos dañinos, que aunque parezcan perjudicar al ex, impactan en la persona dolida.
Atravesar la crisis
Se transita la separación con los recursos con los que cada uno cuenta. En algunos casos estas habilidades de enfrentamiento del trauma se aprendieron desde la tierna infancia y otras fueron adaptaciones luego de haber padecido otras pérdidas. En más o en menos, el conflicto nos desafía a hacerle frente con las capacidades que contemos. Existen comportamientos defensivos: ansiedad desmedida, culpas, insatisfacción, control sobre la vida del otro, que cuando se instalan y perduran no ayudan al buen duelo de la situación. Si bien son momentos intensos debería mediar la reflexión junto a las emociones más o menos en su justa medida.
Evitar los sentimientos desagradables o las preocupaciones por el futuro haciendo uso de la negación como forma defensiva no ayuda a superar la separación, tampoco hacerse cargo de la crisis o proyectar todo el problema en el otro. En cambio, darnos el tiempo para sentir y pensar en lo sucedido y en “cómo se sigue”, nos ubica en ese lugar personal, especie de cuarto interno, adonde uno vuelve cuando se siente solo.
Por Walter Ghedin, médico psiquiatra y sexólogo.