Colima.- Cada mañana, al levantarse, María rezaba porque su esposo no la abandonara, porque sin él, ella no valía, esa fue la idea con la que vivió durante 20 años de matrimonio, pero con mayor énfasis en los últimos cinco.
“Vete, como estás, el día que me dejes nadie se va a fijar en ti, sin mí no vales, sin mí no eres nadie”, eso era lo que él le decía.
“Y sientes que si te sales de ahí, se hará cierto, entonces estás ahí por miedo a que se haga realidad eso que te dijeron por tantos años de matrimonio”, comenta ella.
La infidelidad y las humillaciones dentro y fuera de casa, eran la constante.
“Era un ciclo, maltrato, infidelidad, después él se acercaba, sin disculparse, pero me acariciaba y sentía que me amaba, entonces volvía a pasar lo mismo”.
Se casó enamorada, a los 23 años de edad, fue hasta que vivieron juntos cuando su esposo comenzó a ser violento con cada palabra que salía de su boca cuando llegaba ebrio a casa.
“Me decía pendeja, chinga tu madre, no vales madre, eres una vieja aguada, no te quiero volver a ver, cosas muy ofensivas”.
Una vez, en un restaurante, a su esposo se le pasaron las copas, la siguiente escena era la de su marido peleando con otro comensal y gritando a María -tú también chinga tu madre porque estás de parte de él, pinche vieja- era lo que él le decía.
“Y me empezó a decir cosas delante de toda la gente, me salí y se fue siguiéndome, me trataba de lo peor”.
Frente a la gente, sentía vergüenza, pero al llegar a casa, el sentimiento era de impotencia. Eventos como ese se vivían con frecuencia, pero como María lo quería, se aguantaba.
¨Conforme vas viviendo con la persona te acostumbras a que te traten así, te haces como adicta y se te hace normal, piensas que así es en todos los matrimonios, que así debe vivir uno porque cuando una era chica le decían que uno debe aguantar hasta el final, que el matrimonio es una cruz que uno escogió y que debe cargarla, que la mujer siempre se debe aguantar”.
Una noche, María salió con sus amigas, las madres de la escuela de sus hijos.
“El sabía que tenía una reunión de mamás, íbamos a tener un evento, mi esposo me dijo que estaba bien, pero yo no contaba con que él se iba a ir a tomar”
Estando en la fiesta, él comenzó a enviarle mensajes preguntando a qué hora iba a llegar, en dónde estaba y con quién, a cierta hora, los mensajes pararon. Terminada la reunión, sus amigas la llevaron a su casa, pero se encontró con que la puerta tenía un candado.
María tocó a la puerta, pero no le abrieron, llamó al celular de su esposo, pero tampoco contestaba, creyó que no había nadie, entonces llamó a una tía para que fuera por ella y pudiera dormir en su casa.
“Sabiendo que venían por mí, mi amiga se fue, en cuanto su carro se perdió de vista mi esposo salió de la casa, me tomó del cabello y me metió a la fuerza, comenzó a golpearme, yo me caía, pero él me levantaba y me volvía a golpear, yo caía nuevamente al piso, me preguntaba con quién estaba, pero le decía que con mis amigas, estaba como envenenado, se cansó de golpearme, yo me quedé llorando en el sofá, él se subió a la recámara”.
A los pocos minutos llegó la tía de María, se la llevó a su casa. Al día siguiente, su esposo fue por ella.
“No me pidió perdón, sólo fue por mi y a decirme que no anduviera causando molestias a la gente, que yo tenía que estar en mi casa, que si se me hacía bonito que los demás se enteraran de nuestros problemas, que si no me daba vergüenza, y me regresé con él”.
La noche anterior en que María durmió en casa de su tía, se sintió culpable, culpable por no estar con sus hijos como buena madre, por haber roto el protocolo de la buena esposa que su madre le había enseñado, por haberse alejado de su marido.
“Me sentía como cuando haces algo sin permiso de tus papás y te van a regañar y a pegar”.
María nunca pensó en denunciar, tenía miedo. Pasaron los años, los hijos seguían creciendo y los problemas permanecían, su esposo seguía tomando pero ahora dormía muy poco en casa, y cuando lo hacía, agredía verbalmente a María y a sus hijos.
“Les decía -no sirves para nada, eres un pendejo- nos humillaba mucho, tan solo en la forma de mirarnos”.
Después de eso María buscó la forma de evitar que su esposo siguiera maltratándolos, y la manera que encontró, fue actuar de manera que estuviera siempre complacido.
“Hacía todo a su agrado, no pensaba en mí, sino en que él estuviera feliz y no se fuera a enojar, siempre tenía miedo, desde que abría la puerta yo estaba temblando, pensando si no le fuera a parecer cómo estaba la casa o la comida, brincaba al escuchar que se abría la puerta, así duré mucho tiempo¨.
Hace cinco años, su marido le anunció que tenía otra relación con una mujer de la mitad de su edad.
“Le lloré, le supliqué, pero me dijo que no me quería”.
Hace un año, él se echó para atrás en el divorcio que habían firmado de común acuerdo, para evitar entregar la pensión que ahí se marcaba.
“Para mí, yo no estoy casada desde el momento en que él se fue de la casa, perdiendo salí ganando, ya no necesito de él y siento que valgo más, ya tengo poder para decirle que no me parece lo que hace”.
Sigue viendo a su esposo pero sólo para compartir los fines de semana de su hija menor, ahora lo que más le importa es que sus hijos no la vean sufrir violencia, que no piensen, como cuando ella era pequeña, que en los matrimonios se debe ‘cargar la cruz’.
“Soy diferente hasta de cuando era chica, porque siempre hice lo que mis papás quisieron, nunca decidí por mí, y al casarme mi marido decidía por mí, ahora yo lo hago, la libertad que yo quería es la interior, es la que me costaba más trabajo, esa ya la tengo, antes ni si quiera la tenía para pensar, mucho menos para vivir, y aquí estoy”.
Esta es la historia de una mujer colimense que como muchas otras en la entidad han sufrido violencia de género sin saberlo; María es una de las que ha logrado salir de esta situación y accedió exponer su experiencia para que otras mujeres en situaciones similares busquen ayuda, antes de que sea demasiado tarde.
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