En una sociedad donde hay tanta comida disponible como nunca antes, comer sanamente se ha vuelto –también como nunca antes– una obsesión, un ideal prácticamente imposible de cumplir, afirma el periodista Marcelo Rodríguez, egresado de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y autor del nuevo libro “Ser y comer”, de Editorial Indicios.
En esta publicación, Rodríguez describe un sinfín de síntomas que dan cuenta de esta paradoja de la vida moderna: enfermedades crónicas relacionadas con la mala alimentación que crecen de manera imparable en todo el mundo; los sentimientos de culpa por caer en la tentación de lo que nos hace mal y por haber abandonado la forma “natural” de comer; las nunca resueltas dudas sobre los alimentos transgénicos; la permanente sospecha de que lo que no está contaminado por falta de higiene lo está por sustancias químicas agregadas por la industria; la paranoia por anular todo posible riesgo contenido en la comida; y la ampliación de la brecha entre clases sociales por la forma de comer.
De acuerdo con Rodríguez, cuyas notas sobre ciencia, salud y tecnología han sido publicadas en medios como La Voz del Interior, La Nación, el suplemento “Futuro” de Página/12 y la edición en español de The Washington Times, “Ser y comer” busca “ir al hueso” de estos problemas en base de tres ejes temáticos centrales: los discursos sociales acerca del “buen comer”, el desarrollo de la industria alimentaria y los efectos de la comida sobre nuestro organismo.
El libro no ofrece la receta del buen comer ni de la vida sana, ni es un panfleto en favor de un tipo determinado de alimentación, ni esgrime “la verdad contra los mitos”, sino que busca abrir el tema en toda su complejidad y desde los más diversos costados: la ciencia nutricional, la medicina, la psicología y la ingeniería en alimentos, pero también la historia, la antropología, la economía, la sociología o el análisis de los contenidos de los medios de comunicación, explica Rodríguez.
“Ser y comer” parte de la figura hiperbólica de la comida como “portadora del mal” en nuestra sociedad, la sensación de que todo lo que se come tiene ingredientes tóxicos o es responsable de todas las enfermedades asociadas con el sobrepeso y la obesidad. En ese escenario, lo menos saludable es justamente ver a la comida como una suerte de “amenaza permanente”, enfatiza.
Para el autor, hay soluciones que pasan por lo individual, por lo cultural, lo político y, por supuesto, por el mercado. “El llamado sistema alimentario está muy lejos de ser un delivery perfecto que da a cada cual lo que su organismo necesita diariamente: es el mercado el principal regulador de lo que come cada familia y, por lo tanto, de sus posibilidades de tener una alimentación saludable”, afirma.
El exceso de información también puede llevar a la confusión. La industria alimentaria se desarrolló en paralelo al mayor conocimiento científico de la fisiología y la nutrición. Y las ventajas de ciertos nutrientes, como los ácidos grasos omega 3 o los fitoesteroles, son esgrimidos como argumentos de venta para determinados productos. El consumidor cuenta con el respaldo del “aval científico” a la hora de elegir, “pero no siempre tiene los elementos para poner en contexto esos datos científicos y determinar en qué medida son válidos o no”, señala.
El autor también hace hincapié en la diferencia que existe entre el riesgo agudo y el riesgo crónico de los distintos alimentos. “Cuando la Organización Mundial de la Salud desaconseja el consumo de carnes rojas por la posibilidad de que produzcan cáncer, y la prensa difunde esa noticia, se instala en el público la sospecha sobre el alimento, pero también la duda acerca de qué significa realmente ese dato”, afirma Rodríguez. Su libro intenta ayudar a clarificar el panorama.