Un fanático del racismo emparejado con una activista de los derechos humanos no sería una feliz combinación. Como tampoco lo sería un sujeto violento por naturaleza con una mujer pacifista por convicción.
Y no hablo de atracción física, sino de convivencia. En ocasiones la gente prefiere ignorar las disparidades, tapar el sol con el dedo y seguir con la relación como si nada pasara. Dos ejemplos.
Recuerdo el caso de una señora extremadamente devota casada con un hombre ateo cuyo hijo padecía de un desorden de ansiedad severo. En el tema religioso, ella no daba el brazo a torcer ni él tampoco.
El problema se hizo manifiesto cuando el niño cumplió cuatro años y hubo que decidir a qué colegio iría. A partir de ese momento se desencadenó una lucha sin cuartel. La obra teatral Equs, de Peter Schafer, es un buen ejemplo de cómo la información contradictoria puede desencadenar alteraciones mentales.
En la obra en cuestión, el padre del protagonista reemplazaba cada vez que podía, el crucifijo que se hallaba sobre la cama de su hijo por la foto de un caballo, y la madre, con la misma insistencia, hacía lo contrario. Alan, el personaje central cuyo diagnóstico era de esquizofrenia, termina por cegar con un punzón a varios caballos cuando estaba haciendo el amor con su novia en una caballeriza.
En el caso de la señora religiosa y su esposo ateo, todavía siguen juntos. Pese al daño que le han hecho a su hijo y a ellos mismos, una testarudez irresponsable los empuja a continuar enfrascados en una batalla sin sentido y sin solución.
Hace unos años atendí a una pareja totalmente dispareja que llevaban un año de novios. Ella era una mujer de treinta y dos años, muy atractiva, de un estrato social alto, católica practicante, bastante culta y apasionada por la lectura y arte. Él tenía veintitrés años, era aprendiz de mecánico, vivía en una habitación prestada porque su padre lo había echado a la calle, no le interesaba leer, su afición eran las motocicletas, pertenecía a una secta agnóstica y era adicto a la cocaína.
Los pleitos y las escaramuzas eran constantes, así como los problemas sexuales y las agresiones de parte y parte debido a que ambos eran celosos. La cita la había pedido el padre de la “novia” esperanzado en que alguien hiciera cambiar de opinión a su hija. Sin embargo, pese a los intentos terapéuticos para que al menos tomaran consciencia de que sus diferencias eran de fondo y no de forma, ambos insistieron en que eran “tal para cual”. Finalmente se casaron porque ella quedó embarazada y tuvieron una niña. Después supe que él la había dejado por otra.
Si bien es cierto que la parejas no vienen listas de fábrica y debe haber un acople de parte y parte, hay algunas que son definitivamente incompatibles. Como las piezas de dos rompecabezas distintos: podemos encajarlas a la fuerza, pero el resultado final será una imagen distorsionada.