La sociedad en la que vivimos nos exige, nos empuja y nos obliga a entrar en la carrera de un rendimiento casi suicida: “Para ser el mejor, debes llegar al extremo de la competitividad, a cualquier precio, cueste lo que cueste”.
Ser feliz es, según esta consigna: renunciar al derecho a la pereza y el ocio, a la lentitud, al fracaso, a la desactualización, en fin, desistir ser uno mismo y creer ciegamente en una ambición desmedida. Algunos filósofos llaman a esto la sociedad del cansancio.
Y es verdad: ¡cuántas cosas debo hacer para ser aceptado o respetado por la cultura! Pero contrario a esta obsesión por la hiperactividad y multitarea alocada, existe un oasis de crecimiento que no lo utilizamos a menudo: el aburrimiento creativo. La pereza y el ocio, la inmersión contemplativa del universo y de lo que me contiene, mimetizarme con el paisaje y dejar que el tiempo transcurra, para que la creatividad se manifieste; o mejor, yo transcurrir con el tiempo.
Cuando no estoy pegado al logro y al éxito compulsivamente y a cualquier precio, soy yo “naturalmente”, con lo sencillo, abarcando la totalidad. La alegría de vivir no está anclada en ser el “mejor”, sino en ser uno mismo de manera auténtica, a cada paso, a cada inhalación, a cada pulsación, como un mantra gigantesco que te absorbe y te lleva a meditar más allá de los requisitos impuestos por mandatos sociales irracionales. Vales por lo que eres, no por lo que lograste ni por lo que tienes. Si te desmontas del prestigio, del poder y la posición como metas y exigencias para ser respetado, descubrirás que seas quien seas, vales por el solo hecho de existir.
A veces el amor golpea la puerta en plena crisis. Y cuando te abrazo, cuanto nos reímos de cualquier estupidez, cuando siento que tus ojos me perforan tratando de traducirme, encuentro el espacio de paz de tranquilidad del alma, que los ambiciosos de turno no podrán alcanzar. Lo sencillo es amarrarte y que me ames, así tenga que luchar por mis ideales, así tenga que decirle al mundo que no estoy de acuerdo, y tus ojos, como un estallido de color café, me indiquen que no hay batallas imposibles si somos uno, sin dejar de ser dos.