Cama tomada: cuando los hijos invaden el cuarto «de los grandes»

El día de trabajo termina. Hemos sorteado obstáculos cotidianos, lidiado con las demandas de nuestro jefe, respondido a las inquietudes de compañeros y clientes. Encaramos por fin el regreso a casa deseando que no surjan percances.

Pero en nuestro hogar, dulce hogar, nos espera otro tipo de rutina: atender las necesidades de los chicos, ayudarlos con sus tareas, jugar con ellos, entretenerlos mientras preparamos la comida, disfrutar de un rato en familia. Se hace de noche y, agotados, no pensamos más que en entregarnos a los brazos de Morfeo. A paso firme vamos a nuestra habitación, listos para zambullirnos entre las sábanas, cuando vemos que… Oh, sorpresa, la cama está tomada.

Las otrora esporádicas visitas nocturnas de nuestros hijos se fueron haciendo habituales y aquellos pequeños visitantes ocasionales son hoy inquilinos permanentes. Atónitos frente a la cama, nos rendimos a la evidencia de que deberemos depositar nuestra humanidad en los escasos centímetros cuadrados libres. Es entonces cuando surgen los interrogantes.

Bien es sabido que dormir es una necesidad de los seres humanos (y de muchos otros seres vivos), tanto adultos como niños. El sueño “repara” nuestro cuerpo, asegura la vigilia (dormimos para estar despiertos al día siguiente) y es fundamental para la restauración de nuestra función cognitiva. Esto significa que dormir es vital para garantizar los procesos de aprendizaje, memoria y concentración. De la calidad del sueño depende no solo cuan descansados estemos al despertar, sino también nuestro humor, nuestro estado de ánimo, nuestro grado de atención y vigilancia y, en general, nuestro rendimiento en las tareas que encaramos durante el día.

La importancia de dormir solo

Más allá de las incomodidades circunstanciales, no podemos negar que dormir con nuestros hijos resulta gratificante. Sin embargo, es pertinente reflexionar sobre la importancia que tiene para el niño dormir en su cuarto.

El “dormir solo” contribuye a reforzar la autonomía del niño y fomenta hábitos saludables de sueño que mantendrá en años posteriores. Un espacio propio, al que esté habituado, donde se encuentren sus juguetes y todos sus objetos, se convierte para el niño en un lugar seguro y que, a la vez, fortalece su seguridad.

El reconocer su habitación como espacio propio implica para el niño trazar un límite que lo separa de sus padres, que contribuye a construir una relación jerárquica con ellos. Los reconoce como autoridad a la que se debe obedecer y que dispone las normas a seguir. Esto colabora para instaurar una relación de asimetría entre el niño y sus padres, en la que cada uno tendrá un rol que hará la vida de todos más armónica.

Por otro lado, la intimidad de la pareja se ve resguardada y fortalecida cuando esta recupera la privacidad que alguna vez reinó en la habitación matrimonial.

Cómo mudar al niño a su propio cuarto

* Hacer hincapié en que su cama es un espacio único y seguro, que le pertenece, y que está rodeado de los objetos que más aprecia.

* Tener una rutina suele colaborar a que los niños detecten que se acerca la hora de dormir. Establecer un horario regular de sueño los ordena. Un baño suele contribuir favoreciendo a que se relajen.

* Contarles un cuento ayuda a acompañarlos mientras van conciliando el sueño.

* Tener en cuenta que modificar una rutina de sueño exige, por nuestra parte, perseverancia y paciencia. Hay que dedicarle a la tarea el tiempo necesario.

* Es probable que, durante las primeras noches, nuestro hijo nos requiera varias veces. Debemos acudir a su llamado con buen humor y una actitud positiva para que pueda confiar en que sus padres están disponibles siempre que los necesite. Esto reforzará su seguridad. Con el paso de los días, sus despertares en mitad de la noche se harán menos frecuentes.

* El niño espera despertar donde recuerda haberse dormido. Por eso, el chico que conciba el sueño en su cuarto podrá volver a dormirse en él cada vez que se despierte. Pero el niño que se duerme en brazos o en cama ajena, al despertar llorará o se asustará, y reclamará esos brazos o esa cama.

¡A mantenerse firmes!

No debemos esperar que el niño adopte su nueva rutina sin oponer resistencia. Seguramente habrá berrinches al principio, a los que debemos responder con paciencia.

Debemos mantener estoicamente las tareas planeadas, porque a las tres de la mañana es muy fácil ceder a las súplicas apasionadas de los chicos. Probablemente a esa hora no nos parezca, después de todo, tan incómodo dormir todos juntos.

 

Por Pablo Barraza, psicólogo de Hémera, Centro de estudios del estrés y la ansiedad.