Angela Merkel, Hillary Clinton y Dilma Rousseff no son mandonas. Son jefas. Este es el mensaje que quiere transmitir la ejecutiva de Facebook Sheryl Sandberg con su campaña «Ban Bossy», en la que Beyoncé y otras mujeres de éxito enseñan a las niñas que la ambición ni es mala ni es sólo cosa de hombres.
A Margaret Thatcher la llamaron «Dama de Hierro», «mandona» y «entrometida». A Merkel algunos le dicen «mamá», pero otros la ven como una auténtica «madastra». Clinton y Rousseff cargan con el sambenito de «duras» y «frías».
Que estos adjetivos dejen de acompañar como un mantra a las mujeres poderosas es el objetivo de Sandberg, exitosa y millonaria ejecutiva que conoce estos tópicos en primera persona desde que era una niña.
«Cuando me presenté a vicepresidenta de la clase, uno de mis profesores aconsejó a mi mejor amiga que no siguiera mi ejemplo. ‘A nadie le gusta una chica mandona’, le dijo», relata la directiva de Facebook en un artículo de opinión publicado en el «Wall Street Journal».
A ellos se les llama «jefes», de ellas se dice que son «mandonas». Un hombre puede ser «fuerte», pero una mujer es «fría». A los varones se les permite ser «ambiciosos», a ellas se las tacha inmediatamente de «calculadoras».
Estas dinámicas son las que quiere romper «Ban Bossy» (Prohibir mandona), la campaña que Sandberg ha lanzado esta semana de la mano de una de las mujeres más admiradas e influyentes: la popular cantante Beyoncé, a la que niñas de todo el mundo quieren parecerse.
«No soy mandona. Soy la jefa», dice rotunda en uno de los vídeos de la campaña. Junto a ella aparecen otras mujeres que también saben lo que es el poder, ya sea político o de la fama: la exsecretaria de Estado de EE.UU. Condolezza Rice, la actriz Jennifer Garner y la diseñadora Diane von Furnstenberg, entre otras.
«A todas nos llamaron mandonas cuando éramos niñas. Décadas después, la palabra sigue usándose, y nosotras recordamos los sentimientos que evoca: No levantes la voz, no levantes la mano, no tomes el mando. Si lo haces, a la gente no le gustarás», escribió en la red social de empleo LinkedIn Sandberg, que dirige «Lead in», una asociación sin ánimo de lucro consagrada a fomentar el liderazgo entre las niñas.
A los chicos se les inculca desde pequeños que deben ser confiados y firmes, que deben hacerse oír. A las chicas, en cambio, se les aconseja que sean amables y tranquilas. Se les advierte de que las «mandonas» no gustan.
No hace falta ir muy atrás en la hemeroteca para comprobar la vigencia de estos patrones. De la jueza Sonia Sotomayor , la primera magistrada latina del Tribunal Supremo de EE.UU., han dicho que es «difícil» y, peor que eso, «despreciable». A la principal asesora de seguridad nacional de Barack Obama, Susan Rice, le reprochan su conducta «autoritaria».
Pero si una líder de nuestro tiempo sabe lo que es recibir un bombardeo constante de críticas por el hecho de ser una mujer de mano dura esa es la canciller alemana. Su papel de capitana de la austeridad en la crisis europea le ha valido la herencia del sobrenombre por el que siempre será recordada Thatcher: «Dama de Hierro».
De Merkel, la única mujer en numerosas fotos de hombres con traje azul oscuro, se ha criticado todo: su peinado, su actitud, su ropa, su cuerpo y, sobre todo, su cabeza fría para dirigir sin contemplaciones la disciplina fiscal en una Europa donde el descontento social crece cada día.
En los perfiles que se han escrito de Merkel, Clinton, Rousseff, y otras mujeres que encabezan la lista Forbes de más influyentes siempre se destaca su «carácter fuerte» y su «fama» de autoritarias. La campaña de Sandberg quiere poner en evidencia que esto no ocurre cuando se trata de líderes varones.
Han sido muy comentadas las «regañinas» de Rousseff a sus subordinados, o la «excesiva firmeza» con la que actuó Clinton en la campaña que la enfrentó a Obama en 2008. Ahora, cuando su nombre se baraja para las presidenciales de 2016, comienzan a lloverle de nuevo acusaciones de mujer fría y calculadora.
«He aquí por qué no voy a conducir la defensa que pruebe la inocencia, he aquí donde no se aprobará un proyecto de ley que altere el curso de la historia, o diseñe un edificio que alcance el cielo, o por qué no haré las preguntas que cambien el rumbo de la conversación», afirman varias niñas de uno de los vídeos de la campaña.
«Aquí es donde voy a empezar a dudar de mí misma, aquí es donde voy a empezar a ser interrumpida, aquí es donde voy a dejar de levantar la mano, aquí es donde mi voz conseguirá ser ahogada, aquí es donde me llamarán testaruda, dominante, sabelotodo, agresiva, mandona… aquí es donde yo cambiaré todo eso», concluyen.
Esta iniciativa, que revela datos como que desde los 8 años las niñas empiezan a atreverse menos que los chicos a liderar, ha conseguido inmediatamente causar un gran revuelo en las redes sociales, donde ha obtenido numerosos apoyos, pero también críticas.
Igual que como pasó cuando Sandberg publicó su libro «Lead in», con la misma filosofía, no todos comparten que este tipo de campañas sean lo mejor para luchar por el trato igualitario de la mujer. «Prohibir la palabra ‘mandona’ no es una prioridad», le han venido a decir varios opinadores de algunos de los medios más populares de Estados Unidos.
No obstante, la campaña ha cosechado centenares de miles de seguidores en Internet y ha logrado su primer objetivo: que la gente al menos se pregunte por qué a su superior lo llama jefe, por muy autoritario que sea, y a su jefa, a poco de carácter que tenga, le cuelga enseguida la etiqueta de «mandona».
«Las palabras importan», es el mensaje de fondo de la última iniciativa de Sandberg. EFE