Aún con los cánticos de tantas mujeres resonando en mis oídos y su osada firmeza clavada en mi retina y en mi corazón, no puedo dejar de pensar en el largo camino de superación que llevamos recorrido.
Hace siglos que luchamos por nuestros derechos básicos y aún hoy, en pleno siglo XXI, debemos seguir haciéndolo. Todavía hoy la igualdad no es una realidad plena y por ese motivo nuestras reivindicaciones deben seguir muy vivas. Pero lo cierto es que esta lucha no es sólo una lucha externa. Nos engañamos cuando creemos que todo lo que nos falta nos va a ser concedido desde el exterior como consecuencia de nuestras demandas.
Sí, es cierto que tenemos trabajo fuera, pero también tenemos mucho trabajo dentro. Podemos salir a la calle a reclamar educación, trabajo o leyes más justas, pero hay ciertos derechos y libertades muy personales que sólo nosotras mismas nos podemos conceder.
Para ello, por supuesto, debemos estar dispuestas a aceptar que nadie va a venir a solucionar nuestras vidas, y absolutamente decididas a dejar de considerarnos víctimas de las circunstancias y tomar de una vez por todas el protagonismo en nuestra propia existencia. La pregunta clave es muy simple: si tu vida no te satisface, ¿qué es lo que puedes hacer tú para cambiarla? Veámoslo:
• En tu trabajo: no cabe la menor duda de que, en ciertas organizaciones, los techos de cristal existen y suponen un veto al acceso de las mujeres a ciertos perfiles directivos. Lo más fácil sería quejarnos amargamente de esta injusta realidad y cruzarnos de brazos porque no hay nada que podamos hacer para que cambie. Pero así lo único que conseguiremos es llenarnos de ira y frustrarnos una vez más al constatar que somos impotentes.
Ya tenemos claro lo que no está en nuestras manos cambiar, pero ¿qué es lo que sí está en nuestras manos cambiar? La última libertad que absolutamente nadie nos podrá jamás arrebatar es la de elegir nuestra actitud, nuestra manera de enfrentarnos al mundo. Una mujer convencida de que sólo podrá obtener aquello que alguien decida otorgarle será probablemente una mujer pasiva, llena de inseguridad y de rabia, y todas estas características están sin duda en las antípodas del éxito profesional. En cambio, una mujer que confía plenamente en su propia valía, capaz de arriesgarse para lograr lo que desea y todo ello sin renunciar a sus más profundos valores, será probablemente una mujer respetada que se sentirá a gusto en su piel. A veces conseguirá lo que persigue, otras veces no, pero siempre disfrutará de la paz interior que resulta de ser fiel con ella misma, manejando las riendas de su vida. Es una incoherencia mendigar el respeto de los demás cuando ni tú misma te lo concedes.
• Con tu pareja: las mujeres siempre hemos sido fuertes, inteligentes y atrevidas. Pero ya de niñas aprendimos a “comprar” ciertos cuentos de hadas que aún nos pesan, entre ellos el del príncipe azul. Aunque en muchos casos ya no necesitamos una figura masculina que nos mantenga económicamente, emocionalmente seguimos empeñadas en encontrar a ese hombre que nos hará definitivamente felices y que dará sentido pleno a nuestras vidas. Es decir, colocamos la pesada responsabilidad de nuestra felicidad en sus manos, en lugar de aceptar que esa responsabilidad sólo puede estar en las nuestras. Así no amamos, sino quedependemos. Nos comportamos como niñas asustadas, en lugar de comportarnos como mujeres poderosas.
Ya va siendo hora de que aceptemos algo importante: nadie va a venir a salvarnos, nadie va a venir a enderezar nuestra vida en nuestro lugar, nadie puede resolver nuestros problemas mejor que nosotras mismas. En el momento en que te decides a mirar por ti ytomas definitivamente el timón, las relaciones amorosas dejan de ser un clavo ardiendo al que te agarras para no hundirte en las heladas aguas de la soledad no buscada. Amar ya no es sinónimo de salvar o ser salvada. El amor aparece como un remanso de intimidad en el cual compartir confianza y respeto, y donde descubrir por fin los misterios gozosos que existen entre dos personas que están comprometidas mutuamente. Y conviene que no te engañes: para amar de verdad a otro, primero debes amarte de verdad a ti misma.
• Con tu familia: la función principal de la mujer en nuestra sociedad ha sido, tradicionalmente, la de cuidar: de su esposo, de sus hijos, de su casa. Es decir, que tradicionalmente nos han enseñado y hemos asumido la tarea de ser para otros. Pero hace tiempo que las cosas están cambiando, y las mujeres hemos accedido a la educación, a la formación y al mundo laboral, llegándonos a sentir plenamente realizadas a través de nuestra profesión. Como consecuencia de todo este proceso, los roles domésticos han ido evolucionando, pero parece que no tanto como pudiéramos pensar. Todavía hoy , y a pesar de que las mujeres trabajamos fuera de casa tanto como nuestros compañeros, las tareas domésticas y el cuidado de los hijos siguen siendo responsabilidad mayoritariamente femenina. Y llegamos así a la era de la supermujer: esa mujer que, intentando llegar a todo y estar por todos, acaba por consumirse entre el estrés y la culpabilidad.
Ser la profesional impecable y ambiciosa, la compañera ideal y la madre perfecta, he ahí el objetivo diario de muchas mujeres. Sintiendo siempre que podrían haberlo hecho todo mejor, exigiéndose perfección cuando la perfección, simplemente, no existe. ¿Hay que elegir entre la familia y el trabajo? En realidad, son términos complementarios, porque ambos cubren, de maneras diferentes, nuestras necesidades vitales. La clave está en dejar de perseguir la quimera de ser la mujer que todo lo hace perfecto y pasar a ser la mujer que pone todo su cuidado y atención en hacer las cosas lo mejor que puede. Ser una mujer que acepta su naturaleza falible y que se perdona cuando no da más de sí o comete algún error. Para lograrlo, es necesario aprender a pedir lo que nos corresponde y, sobre todo, aprender a cuidarnos. Desengáñate: no eres una superheroína, pero sí eres una gran mujer de carne y hueso.
La mujer es la compañera del hombre, dotada con la misma capacidad mental. Si por fuerza se entiende poder moral, entonces la mujer es infinitamente superior al hombre. Si la no violencia es la ley de nuestro ser, el futuro está con las mujeres”, Mahatma Gandhi
En resumen, las mujeres tenemos todavía camino por recorrer, y ese camino comienza, como no podría ser de otra manera, por nosotras mismas. Muchas antes lucharon por sus objetivos y sus derechos, y ahora es nuestro turno de confiar en nuestras capacidades, de romper viejos esquemas y de luchar por todo aquello que soñamos sin la menor sombra de miedo. Queridas Mujeres Poderosas, ¡sigamos adelante!
Y a ti, ¿te cuesta sentirte orgullosa de ti misma? ¿Sientes que tu vida no es aquella vida que siempre habías soñado? ¿Eres consciente de que tú eres la única capaz de cambiarla?
Un abrazo bien fuerte,
Maika