A veces pareciera que el universo conspira en nuestra contra. Por algún motivo que se nos escapa, hay ciertas cosas en nuestra vida que nunca parecen salir como nosotras quisiéramos.
Y en esos casos, si es que la culpa no la tiene el otro, la mala suerte se perfila como la candidata ideal para dar sentido a tanta desventura. Mala suerte en el amor, mala suerte con las amistades, mala suerte en el trabajo. Ponemos nuestra vida en manos del dios de la fortuna y aceptamos con resignación lo que parecen ser sus indiscutibles designios. ¿Será posible que el azar sea el único responsable de que siempre nos suceda lo mismo? ¿Estamos totalmente seguras de que nosotras no echamos leña a esa hoguera de los despropósitos? Porque yo no sé si el karma existe o no, pero sí estoy totalmente segura de que todo lo que decidimos hacer o dejar de hacer tiene consecuencias. Y, sin la menor duda, si siempre hago lo mismo, ¿qué es lo que voy a obtener? Efectivamente: más y más de lo mismo.
Ya no somos niñas inmaduras. Hemos crecido, nos hemos curtido y, si nos lo proponemos, podemos llegar a ser conscientes de que algo de responsabilidad sí tenemos en la repetición de ciertas situaciones cotidianas frustrantes, desagradables o insatisfactorias en nuestra vida. ¿Es posible que siempre acabe por “dar” con los hombres más infantiles y egoístas? ¿Soy una especie de “imán” para todos esos seres interesados que sólo piensan en aprovecharse de sus amistades? ¿Tiene algún sentido que siempre me “toquen” los jefes más malvados e insensibles? Demasiadas casualidades. Podemos seguir echándole la culpa de todo a nuestro mal karma, o podemos dedicar un momento a reflexionar sobre cómo nuestra conducta acaba por provocar ciertos resultados no deseados en nuestra vida. La primera opción nos transforma en pobres e inocentes víctimas que, desgraciadamente, no pueden hacer nada por cambiar su situación. La segunda, en cambio, nos convierte en mujeres poderosas que deciden su propio destino. Al final, todo es cuestión de elección.
“Nos intoxicamos de comodidad”, José Antonio Marina
¿Cuál es la explicación de que elijamos una y otra vez conductas que nos resultan destructivas? Para descubrir los motivos latentes, la pregunta clave no es tanto “¿Por qué me pasan estas cosas?” como “¿Para qué dejo o hago que esto me pase?”. Estos “para qué” suelen ser muy simples, a veces inconfesables hasta para nosotras mismas, pero extremadamente potentes: para que me quieran, para evitar esforzarme en cambiar, para respetar lo que me enseñaron, para sobrevivir.
Parece obvio que las personas no elegimos de forma deliberada lo que nos hace daño, al menos de manera consciente. Pero sí que solemos repetir unos patrones de conducta que nos resultan confortables, básicamente porque los conocemos bien, y también porque minimizan los riesgos que creemos correr. Hacemos lo que siempre hemos hecho y respondemos como siempre hemos respondido, aunque hacerlo nos arruine la vida, evitando así salir de lo que se denomina nuestra zona de confort. Una zona que puede no ser en absoluto satisfactoria, pero que resulta cómoda por conocida y poco peligrosa. Es la zona donde siempre obtenemos más de lo mismo. Cero riesgo, cero novedad, cero crecimiento, como el día de la marmota. Porque los seres humanos valoramos más la comodidad que la felicidad.
¿Cómo salir de esta especie de círculo vicioso? La vía de salida está muy relacionada con transitar el camino del desapego, con no quedarnos prisioneras de nuestra idea de cómo somos ni aferrarnos a conductas que alguna vez tuvieron sentido, pero que hoy ya no lo tienen. El desapego implica aceptar que ya no somos lo que éramos, ni lo que pensábamos que éramos. Se trata de dejar atrás la vieja excusa del “es que yo soy así” y comenzar a darnos cuenta de que, si nos lo proponemos, podemos hacer las cosas de una manera distinta, de hecho podemos ser personas distintas, y obtener así resultados distintos. Quizá pienses que la idea de que las personas cambian es absurda. Desde luego, tenemos una esencia y unos valores que pueden variar relativamente poco a lo largo de nuestra vida. Pero hay algo que sí podemos cambiar, y que a veces nos conviene y mucho cambiar: nuestros puntos de vista y la conducta que de ellos se deriva. Y no se trata de traicionarse a una misma. Se trata de flexibilizarse y evolucionar. Se trata de elegir ser feliz en lugar de elegir tener razón.
Para vivir muchos años sólo se necesita buena suerte, pero para vivir en plenitud se necesita integridad”, Séneca
En resumen, a menudo nos quejamos amargamente de que nuestras vidas no son las que deseamos sin darnos cuenta siquiera de cómo nuestra propia conducta conspira para liquidar cualquier conato de esperanza que pudiera surgir. El primer paso para salir de ahí es, pues, la consciencia. Una vez que nos demos cuenta de cómo nos autoboicoteamos y podamos identificar los miedos que nos empujan a hacerlo, será mucho más fácil dejar de buscar culpables, asumir nuestra responsabilidad y decidir cambiar nuestra trayectoria. Y, aunque no es simple dejar en el camino hábitos y costumbres que hace años que nos acompañan, cuando los cambios comienzan a dar dulces frutos sólo piensas que ojalá te hubieras decidido antes.
Y tú, ¿consideras que tienes mala suerte en la vida? ¿Te sucede siempre lo mismo y no entiendes por qué? ¿Eres consciente de que tú tienes mucho que ver en ese círculo vicioso?
Un abrazo bien fuerte,
Maika