En caso de que quieras Renunciar a tu Sueño

Este año tuve la oportunidad de volver a Venezuela por unos días para visitar a mi familia. Como parte del viaje, fuimos a visitar a una tía que vive en la playa, cómo a 4 horas de la capital.

Estando en su casa y a punto de tomar un bote para ir a una pequeña isla llamada “Cayo Sal”, ella me propuso irnos en kayak mientras el resto de la familia se iba en el bote. La isla está aproximadamente a un kilómetro o dos, no estoy seguro, pero puedes verla claramente desde la costa. A pesar de no estar entrenado no me pareció muy difícil y acepté el reto entusiasmado por la aventura.

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Me monté en mi Kayak y empecé a remar con fuerza, muy entusiasmado de ver como la costa que dejaba atrás se hacía cada vez más pequeña. Cada vez que el remo penetraba el mar podía sentir como mi kayak se movía con fuerza hacia adelante, hacia mi meta.

Llegó un momento donde la costa que dejaba atrás ya no se hacía más pequeña y la isla a la cual me dirigía no se hacía más grande. Por más que remaba sentía que estaba en el mismo sitio, que no había progreso… y mis brazos estaban profundamente agotados.

Cuando te embarcas en una aventura, desde remar a una cercana isla hasta comenzar un gran proyecto o negocio, siempre creemos que va a pasar rápido.

Comenzamos proyectos soñando que vamos a cambiar el mundo, iniciamos un negocio con la convicción de que vamos a ser libres financieramente. Empezamos una dieta o plan de ejercicios decididos a mejorar nuestra salud de forma permanente.

Pero todos llegamos a ese punto donde por más que remas la costa que dejaste atrás no se hace más pequeña ni la isla a dónde vas se hace más grande. Entonces nos frustramos y renunciamos. Decidimos cambiar a una historia diferente, una aventura más sencilla.

Se nos olvida que el punto de una aventura no es el final, no es llegar a la isla en mi caso. El punto de una aventura es sobre cómo tu carácter se moldea a través del proceso y el trabajo duro. El punto de una aventura es en lo que te conviertes en ese punto en el medio, dónde sientes que por más que remas, no llegas a algún lado.

Hace algún tiempo escuché la historia de un padre que se inscribió en un maratón con su hijo. Aproximadamente 10 kilómetros antes de finalizar estaban extenuados. Ambos no podían más.

El hijo le pregunta al padre: “Papá, ¿Por qué decidimos hacer esto? Estaríamos en este momento tranquilos en nuestra casa comiéndonos un delicioso desayuno con mamá. ¿Por qué decidimos hacer esto?

A lo que el padre luego de una pequeña pausa le respondió: “Hijo, hacemos esto porque necesitamos aprender a no renunciar”.

Si te encuentras en ese punto medio donde la emoción inicial ya no existe, donde la jornada se convirtió más larga de lo que esperabas, donde por más que remas la costa que dejaste atrás no se hace más pequeña y la meta no la sientes más cerca…

Sigue remando.

Sigue remando.

Tal como dice Donald Miller en su libro “Un Viaje de un Millón de Millas”:

“Continúas remando aunque piensas que ya no puedes más, que ya no avanzas. De repente, mucho después de lo que originalmente pensaste, la orilla de la isla empieza a crecer, y crece rápido. Las palmeras y los árboles se hacen más grandes, ya puedes ver los detalles de las rocas, y la orilla llega a ti y te da la bienvenida a casa.”

Serás bienvenido a casa.