La soledad. Algunas la escogen de manera consciente. Otras, en cambio, no consiguen esquivarla. Hay quien sufre escalofríos con solo imaginarla, y hay quien la convierte en una constante fuente de inspiración.
Así pues, ¿es buena o es mala la soledad? En una sociedad como la nuestra, en la que la felicidad aparece habitualmente asociada a un número igual o superior a dos, por lo general es una palabra maldita.
Cualquier compañía es buena antes que estar sola, cualquier cosa antes que quedarnos a solas con nosotras mismas. La desesperación por evitar el desasosiego de acabar aisladas nos lleva, a veces, a implicarnos en relaciones que son poco más que compasión o mera compañía. Y acabamos haciendo y haciéndonos daño. En palabras del psicólogo Xavier Guix, mientras la soledad sea la peor alternativa a un malvivir, seguiremos malviviendo.
De entrada, la soledad no es una noción física. Es una experiencia emocional, una percepción extremadamente personal y subjetiva. Eso explica que haya quien estando en su propia compañía se sienta sumamente plena y feliz, y también quien se sienta sola y desgraciada aun teniendo muchos amigos cerca. A pesar de que la vida humana se organiza y se construye a partir de las relaciones interpersonales, vivimos en una sociedad individualista en la cual los lazos sociales, ya sean familiares, de pareja, de amistad o de trabajo, son cada día más precarios. Nunca antes el ser humano se había sentido tan solo teniendo tanta gente a su alrededor. Por lo tanto, es obvio que lo que cuenta a la hora de padecer la soledad no es tanto el número de relaciones como su intensidad y la satisfacción que nos reportan. Empezando por la relación que mantenemos con nosotras mismas.
¿Por qué, en general, se rehúye la soledad? Porque son muy pocos los que encuentran compañía consigo mismos”, Carlo Dorsi
Porque la soledad es como un gran espejo, y el miedo a la soledad es, en el fondo, el miedo a encontrarse cara a cara con una misma. La gran mayoría no hemos aprendido a estar tranquilas a solas, a mirar hacia adentro con calma, sino que hemos aprendido que la soledad es una especie de desgracia a evitar, sobre todo cuando no es elegida. Como resultado, tenemos legiones de mujeres que viven huyendo de ellas mismas, sin un solo espacio en blanco en sus agendas, llenando con cuidado todos los vacíos para evitar cualquier oportunidad de introspección que las acerque siquiera a la posibilidad de reflexionar sobre quiénes son o qué anhelan. Cuando tememos lo que podemos llegar a ver en el espejo, simplemente optamos por no mirar. Además, no podemos olvidar el fantasma de la insuficiencia que siempre nos sobrevuela: el futuro es incierto y es posible que no nos podamos valer por nosotras mismas. Más vale tener a alguien cerca que nos pueda ayudar y cuidar. Y así, nuestra falta de capacidad para estar solas nos puede empujar a implicarnos en ciertas relaciones inapropiadas, en relaciones de dependencia que, además de provocar frustración y dolor mientras duran, cuando naufragan acentúan aún más la sensación de fracaso y el sentimiento de soledad. Paradójicamente, intentando evitar la soledad, estamos y nos sentimos cada vez más solas.
En realidad, y a pesar de lo que hemos aprendido desde la infancia, la soledad no es una tragedia. De hecho, sólo nos sentimos solas cuando creemos que no deberíamos estarlo. El filósofo Francesc Torralba escribió que la soledad buscada es un bien para el alma, ¿por qué no elegirla de vez en cuando? ¿Por qué no debemos estar solas bajo ningún concepto? Estar sola no significa estar privada de compañía o aislada, significa simplemente estar contigo misma. Y quizá te sorprenda saber que es algo que se puede aprender: se aprende a soportar el sentimiento de soledad y también a aprovecharlo en positivo.
La soledad es la gran talladora del espíritu”, Federico García Lorca
Una vez que estamos dispuestas y cultivamos el arte de separarnos temporalmente de toda aquella presencia o actividad que nos estimula, el miedo al aislamiento desaparece y descubrimos la magia de la soledad. Entendemos que no podemos ser nosotras mismas si no miramos alguna vez hacia adentro a solas y escuchamos lo que el corazón nos grita. Intuimos que debemos llegar más al fondo para saber quién se esconde tras el personaje que creemos ser. Vislumbramos que las relaciones sanas no surgen de la dependencia y la desesperación, sino que nacen de la seguridad y la confianza. Llegamos a la conclusión, en fin, de que la soledad no sólo no es un drama, sino que poder estar en nuestra propia compañía con serenidad es incluso necesario para conocernos mejor, reflexionar, tomar decisiones o dar rienda suelta a nuestra propia creatividad. Y lo más sorprendente, quizá: que cuando aprendemos a disfrutar de nuestra propia compañía, las relaciones con los demás resultan más fáciles y más enriquecedoras. Porque ya no los necesitamos desesperadamente para llenar el vacío de nuestra propia soledad, sino que los elegimos libremente para compartir el bello camino de la vida.
Y tú, ¿estás sola o te sientes sola? ¿Eliges bien tus compañías o sólo buscas llenar tu vacío vital? ¿Eres consciente de que sólo mirando hacia adentro encontrarás las respuestas que buscas?
Un abrazo bien fuerte,
Maika
P.D.: Si quieres saber más sobre cómo dejar de sufrir la soledad, aquí vas a encontrar lo que necesitas.