Dicen que el estrés no es una enfermedad, y sentirlo no siempre es sinónimo de estar mal. Los especialistas aseguran que se trata de un mecanismo de defensa del cuerpo para sobrevivir ante una situación ambiental exigente.
El estrés nos ayuda a aumentar el rendimiento de nuestro cuerpo. Eso significa que puede no ser negativo.
Sin embargo, si la exigencia es constante y excesiva, hay un momento en que el organismo se ve superado y comienza a fallar; incluso, podemos llegar a enfermarnos.
El psicólogo Santiago Gómez, Director de Decidir Vivir Mejor y del Centro de Psicología Cognitiva, nos enseña los siguientes:
1- Escuchar las necesidades psicológicas y físicas.
2- Hay que realizar una organización objetiva de las diferentes actividades diarias.
3- Anotar todo lo que tenemos que hacer y no guardar las tareas en la cabeza.
4- Jerarquizar prioridades, diferenciando lo urgente de lo importante.
5- Realizar las tareas de a una por vez y no todas juntas.
6- Hacer una clara diferencia entre las exigencias internas o personales y las reales.
7- No postergar, ser ejecutivo.
8- Aprender a delegar.
9- Respetar las horas de sueño.
10- Tomarse recreos.
11- Salir a caminar o hacer una actividad física.
En tanto, las licenciadas Mirta Dall´Occhio y Patricia Gubbay de Hanono, directoras de Hémera, Centro de estudios del estrés y la ansiedad, aportan otras ideas fundamentales para tener en cuenta:
– Anticipar los posibles estresores y enfrentarlos con calma. Pueden ser: ambientales (clima, ruido, polución, trópico), sociales (fechas límites, problemas económicos, discusiones perdidas, duelos) o psicológicos (crisis vitales, adolescencia, menopausia, enfermedades, problemas con la alimentación, con el sueño, etcétera).
– Aprender (y realizar ejercicios) de respiración y relajación por grupos musculares para aliviar la tensión corporal.
– Reconocer cómo los pensamientos condicionan tus sentimientos y tu conducta. Así como pensamos, sentimos y actuamos. Por lo que si nuestro pensamiento es catastrófico se activará una respuesta emocional de alerta.
– Hacer una dieta balanceada y ejercicio de manera habitual.
– Usar el fin de semana para cambiar el ritmo. Dejar siempre un momento para hacer contacto con la naturaleza, planificar pocas actividades pero placenteras.
– Despertarse 20 minutos antes de lo habitual. Es más fácil reponerse de un rato menos de sueño, que lidiar contra las complicaciones cotidianas (atascamientos de tránsito, olvidos o corridas porque los chicos tiraron la leche).
– Rescatar la importancia del tiempo para el ocio. Hoy en día tenemos miedo de sentir que no hacemos nada y olvidamos lo imprescindible que resulta parar y tener un momento con nosotros mismos y con los seres que amamos.
– Escuchar música tranquila, con sonidos de la naturaleza, nos ayuda a bajar el ritmo acelerado del día. Crear un clima propicio para mimetizarse con esos sonidos y tratar de encontrar la paz y la tranquilidad que el mundo real no nos permite.
– Mimarse: ir a la peluquería, darse un masaje relajante, hacerse un regalo, cada uno dentro de sus posibilidades.
– Hacer el amor.